Una de las causas de la crisis agraria puede ser la disminución de la cosecha de cereales que sería, a su vez, consecuencia -por ejemplo- del periodo de malas condiciones climatológicas persistentes (sequías, lluvias a destiempo, agotamiento de los terrenos, crisis de subsistencias...). Desde el año 1301 comienza a hablarse de los «malos años»:
[...] fue en toda la tierra muy grand fambre; é los omes moriense por las plazas é por las calles de fambre, e fue tan grande la mortandad en la gente, que bien cuidaran que muriera el cuarto de toda la gente de la tierra; e tan grande era la fambre, que comían los omes pan de grama..." (Crónica de Fernando IV)
Textos de este tipo se repiten a lo largo de todo el siglo XIV, recogidos en las diferentes cortes de todos los reinos peninsulares. Quizá una de las más duras sea la de 1333, que los catalanes bautizaron como «lo mal any primer», pero sobre todo la hambruna de 1343, ésta bautizada por los valencianos como «any de la gran fam», que, sin duda, preparó la llegada de la Peste negra. Paradójicamente, la gran mortandad de la pandemia disminuyó la incidencia de las hambrunas; a pesar de lo cual, en 1374 todavía el episodio se repitió en «la segona fam».[3]No obstante, la situación del pequeño y mediano campesino no fue tan precaria como pudiera parecer. Aunque todo indica que fueron quienes más sufrieron la crisis, y (de hecho) algunos sucumbieron, ya que tenían menos medios de defensa y estaban más indefensos frente a la inflación y al alza de la presión fiscal, los datos conservados indican que la pequeña propiedad libre, los llamados alodios, consiguieron aguantar y subsistir en proporciones considerables.[4]
Por su parte, los campesinos más pobres, que huían de sus tierras, se juntaban en bandas de mendigos y bandoleros, o se refugiaban a las ciudades, quedándose con los trabajos peor remunerados, al no tener cualificación gremial alguna. Los concejos pideron a los monarcas que se rebajase la presión fiscal ante la imposibilidad de pagar las tasas. Como consecuencia, el campo sufrió una drástica reestructuración: los cultivos, los bosques, los yermos... Los propietarios cambiaron, los nobles, el clero y la oligarquía urbana se apropiaron de numerosas tierras y, a menudo, recurrieron a los "malos usos" para evitar la fuga de campesinos.[5] Junto a la reacción más retrógrada de ciertos aristócratas, los más avanzados optaron por formas de explotación más efectivas: el arrendamiento, la aparcería, la parcelación y el adehesamiento. Pero, lo único seguro es que, salvo en Andalucía, desaparecieron los grandes territorios con monocultivo cerealista.
Es, precisamente, en este periodo cuando se configura el tradicional paisaje agrario peninsular, coincidiendo con la Recuperación. En la Meseta la principal actividad económica sigue siendo el cereal, aunque la aparición de lugares destinados al ganado, los nuevos sistemas de explotación y los despoblados, trocean el paisaje. Pero, al mismo tiempo, surgen grandes regiones de especialización vitivinícola, en el valle del Duero, en La Rioja y en Andalucía, sobre todo. También en Andalucía, pero a finales del siglo XV, comienza a crecer el cultivo del olivo (sobre todo en el Aljarafe), fenómeno que se repite en Cataluña (Urgel, Tarragona, Ampurdán) y en los alrededores de Zaragoza (Cinco Villas). La mayor presencia de moriscos y payeses con gran iniciativa, favoreció una amplia renovación de la agricultura en la Corona de Aragón, además de la de horticultura intensiva, en la franja que va desde Barcelona, hasta Alicante y Murcia se ven plántas tintóreas, moreras para la seda, azafrán, caña de azúcar y arroz, el cual aumenta en los marjales de Murcia, Castellón y Valencia justo después de la Peste negra.